En medio del ritmo acelerado de la vida moderna, muchos de los gestos que alguna vez definieron la cortesía, la consideración y la elegancia en el trato se han ido desdibujando. No es que la sociedad haya perdido el rumbo, simplemente ha evolucionado. Sin embargo, en ese camino, a veces dejamos atrás lo que nos hacía profundamente humanos: los buenos modales, el respeto por los otros y la capacidad de convivir con amabilidad. La etiqueta no es sinónimo de rigidez ni de formalidades anticuadas. Es, más bien, una forma de demostrar respeto, empatía y sensibilidad estética. Es elegancia en el comportamiento, en la palabra, en los pequeños detalles que marcan la diferencia. Y aunque el mundo cambie, esos principios siguen teniendo un lugar. Avanzar no significa olvidar. Podemos enseñarle a las nuevas generaciones que ser auténtico y contemporáneo no está reñido con tener buenos modales, que vestir bien no es superficial, y que mirar a los ojos y decir “gracias” aún tiene poder. La elegancia no pertenece al pasado; puede y debe reinterpretarse con libertad y estilo propio. Quizá hoy más que nunca, ser amable, considerado y genuino es una forma sutil pero poderosa de destacar.
¿Y si volvemos a poner en valor lo que nunca debió perderse?